¡Yo soy así y no voy a cambiar!
De acuerdo con Paul Ekman, psicólogo especializado en el estudio de las emociones y su expresión facial, todos nacemos con seis “emociones básicas”, también llamadas “emociones primarias”, que son: miedo, alegría, tristeza, ira, aversión y sorpresa. Pero además, conforme vamos creciendo e interactuando, surgen las “emociones secundarias”; estas son: vergüenza, culpa, orgullo, placer, satisfacción y desprecio, entre otras.
Constantemente, vivimos acontecimientos que nos producen diferentes reacciones fisiológicas, como: sudoración, palpitaciones, rubor; que en fracciones de segundo nos llevan a identificar que algo nos está sucediendo para posteriormente adoptar el comportamiento que consideramos más apropiado. En muchos casos, incluso hemos podido reconocer la emoción en el preciso momento en que aparece, llegando a ponerle nombre. Por ejemplo, siento rabia porque (...).
Es más, las expresiones de nuestro rostro muchas veces nos delatan, y quienes observan pueden deducir qué emoción estamos sintiendo. No obstante, en algunas oportunidades, nos hemos visto en la necesidad de realizar algún esfuerzo para que pasen desapercibidas, pues queremos ocultarlas; mientras que en otros casos, todo lo contrario, hemos sido presas de la impulsividad, con reacciones rápidas y desmedidas, que nos llevan al arrepentimiento.
Se trata de un tema complejo, es verdad, pero fundamental para conocernos a nosotros mismos y la manera cómo nos desenvolvemos en nuestro entorno. Entonces, podemos empezar preguntándonos: ¿qué son las emociones?.
Las emociones son fenómenos psico-fisiológicos que representan modos de adaptación a ciertos estímulos ambientales o de uno mismo, que son inevitables y de corta duración. (Rotger, 2017, p. 65). En efecto, las emociones se producen frente a determinados acontecimientos externos e internos y tienen una función adaptativa porque preparan nuestro organismo para la acción.
En ese sentido, se precisa que las emociones nos predisponen a la acción, pero ¿qué sucede cuando nuestras acciones se tornan impulsivas?, será que, ¿podemos hacer algo al respecto? o ¿todo está perdido?. Si bien es decisión personal, me parece interesante reflexionar sobre ello, con el fin de ir un poco más allá de aquella conocida frase que dice: ¡yo soy así y no voy a cambiar!.
Para Bisquerra (2015), cuando se dice que la emoción predispone a la acción, no significa que la acción tenga que darse necesariamente. Por ejemplo, me puedo sentir ofendido por el comentario de alguien y sentir una impulsividad a responder de forma violenta. Esta predisposición a la acción se puede regular de forma apropiada. Esto es muy importante: la acción impulsiva que tengo ganas de hacer no tiene por qué darse. Podemos regular nuestras emociones y dar una respuesta apropiada, que no sea la respuesta impulsiva. Esto es poner inteligencia entre los estímulos que recibimos y la respuesta que damos. Esto es inteligencia emocional. (p. 22).
Pero, ¿qué se entiende por inteligencia emocional?, se dice que es el uso inteligente de las emociones: hacer que, intencionalmente, las emociones trabajen para nosotros, utilizándolas de manera que nos ayuden a guiar la conducta y los procesos de pensamiento, a fin de alcanzar el bienestar personal. Vivas et al. (2007).
Entonces, podemos concluir que con el apoyo de la inteligencia emocional la respuesta es afirmativa, es decir, está en nuestras manos la posibilidad de actuar de manera apropiada y no impulsiva; y podemos lograrlo poco a poco, cada quien a su ritmo conforme vaya avanzando en el camino de la regulación emocional.
En ese orden de ideas, surge la siguiente pregunta: ¿cómo desarrollamos la inteligencia emocional?. De acuerdo con Goleman, el desarrollo de la inteligencia emocional, comprende cinco competencias, 1. Autoconciencia, 2. Autorregulación, 3. Motivación, 4. Empatía, y 5. Habilidad social.
Por obvias razones, las mismas deben ser desarrolladas a detalle, motivo por el cual iremos comentándolas en los sucesivos post. Por el momento, tengamos presente que el desarrollo de dichas competencias favorece el aprendizaje de diferentes habilidades, como por ejemplo, el control de impulsos. Lo que permitirá tener a disposición más respuestas emocionales como la señalada en el ejemplo anterior y probablemente con el pasar del tiempo vaya desterrando la famosa frase: ¡Yo soy así y no voy a cambiar!.
Bisquerra, R. (2015). Universo de Emociones. Editorial Palaugea Comunicación S.L.
Rotger, M. (2017). Neurociencia, Neuroaprendizaje, las emociones y el aprendizaje. Editorial Brujas.
Vivas, M., Gallego, D., González, B. (2007). Educar las emociones. Producciones Editoriales C. A.
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